
Cómo duele crecer
No conozco un valor mayor que el necesario para mirar dentro de uno mismo.
Osho
¿Quien diría que llegamos a este mundo llorando?… Que nos alimentaron, nos limpiaron, nos mimaron, nos arroparon, nos cuidaron… que recibimos todo tipo de atenciones gracias a nuestra capacidad de llorar. Llorar fue nuestra primera forma de comunicación.
A los padres nos da mucho miedo escuchar llorar a nuestros hijos y llegamos a hacer lo que sea para que no lloren. Además, cuando lloran y no sabemos lo que les pasa, nos preocupamos, nos ponemos nerviosos y, en algunos casos, hasta irritables… ¿Por qué llora? ¿Qué le pasa?. Al final, con nuestras palabras, actitudes, … les enseñamos a nuestros hijos que no deben llorar. ¿Quizás aquí está el origen de la dificultad de los adultos para llorar?
Una vez me preguntaron: «Haciendo terapia la gente debe llorar mucho … ¿no? ¿Cómo haces para que no te afecte?» y sí … sí que se llora, y más de una vez.
Lloramos las lágrimas más amargas, aquellas tan evitadas, tan reprimidas, es un encuentro con nuestras heridas más profundas, es un encuentro con el dolor, ese tan camuflado y escondido, es un encuentro con la tristeza, esa que creemos tener desterrada de nuestra vida, pero que se trasluce y se filtra en nuestra mirada. Cuan sanadoras que son estas lágrimas, las que nos permiten expresar y sobre todo vivir todo nuestro sentir.
Si no estuviera tan mal visto el llorar, estaríamos más sanos. Somos tan ignorantes cuando de emociones se trata… No sabemos qué hacer con nuestras emociones, sobre todo si son las que consideramos negativas … la tristeza …, la rabia …, el miedo …, claro que, cuando hablamos de la alegría, todo cambia, es nuestro estado deseado, el ideal.
Muchas veces la vida nos pone en situaciones amargas, difíciles, en las cuales tenemos la oportunidad de crecer, de aprender … Crecer duele, y tomar la decisión de crecer no es fácil.
La tristeza trae muchos mensajes, pero no la queremos en nuestra vida, la rechazamos, y sólo estamos pendientes de que se marche pronto, para volver a sonreír… ¿Qué pasa si la sentimos?… ¿Qué pasa si nos quedamos un ratito con ella?…
Es habitual que ante la pérdida de un ser querido, la ruptura de un noviazgo o matrimonio, los familiares y amigos te animen a volver a tu vida normal lo antes posible. Te invitan a salir, a distraerte,… todo se hace para que no pienses, para que no sientas nada («Es que si se queda en casa es peor»- dicen). Tenemos ¿dos? ¿tres? días para enterrar a un familiar directo, pero, ¿tenemos tiempo para sentir su pérdida? … ¿cuánto tiempo tenemos para dejar de hablar de nuestro ex? … ¿6 meses? … si lo alargas corres el riesgo de que te tachen de pesado con el tema…
¿Y cómo no nos vamos a pasar años hablando de nuestras pérdidas si no nos han permitido hacer un duelo como dios manda? ¡Si no nos han dejado sentir nuestro dolor ante la pérdida! .. ¡Si no nos hemos podido dar el tiempo para decir adiós! … para despedirnos, para llorar a pata suelta, para gritar si hace falta,… Cuándo se evita el dolor, no se hace otra cosa más que entrar en el terreno del sufrimiento…, el dolor tiene fecha de caducidad, el sufrimiento, en cambio, puede durar toda la vida, … se alimenta de recuerdos…, de evocaciones…
La tristeza se transita, el dolor se transita… ¿Qué quiere decir esto? No se puede dar un salto de la tristeza a la alegría y hacer como si nada hubiera pasado. Tenemos que hacer contacto con la emoción… descubrirla… quizás descifrarla… está tan reprimida, tan encerrada dentro nuestro que no suele ser fácil ponerle nombre… ¿dolor? ¿rabia? ¿miedo?. Cuando la descubrimos … sentirla, sentirla y sentirla… respirarla… vivirla… darle tiempo… sin prisas… quizás pueda parecernos eterno este tiempo, pero no es más que una fantasía, una mentira que nos contamos para evitar vivir el momento…. Duele… ¡claro que duele!… las lágrimas afloran… ¡grandes!, ¡transparentes!, son lágrimas que llegan para arrastrar, limpiar, sanar… y cuando menos lo pensamos… el dolor, ese tan evitado, tan reprimido y tan profundo se diluye como si de magia se tratara… Y entonces, llega la calma… la serenidad… y hasta la incredulidad de haber podido vivir algo tan mágico… Una sonrisa se dibuja en nuestro rostro, ya somos capaces de pensar y recordar lo que tanto dolor nos provocaba y hablar de él con tranquilidad.
¡Ahora sí!, ya estamos preparados para mirar hacia adelante, salir con amigos…, bailar…, cantar…, viajar …, disfrutar de la vida…, ¡Que son dos días!
Ahora bien, ¡cómo duele crecer!… valientes los que se atreven a hacer este viaje … y, como dice Osho, … «No conozco un valor mayor que el necesario para mirar dentro de uno mismo».
Y para contestar a la pregunta de si me afecta ver llorar a alguien en mi consulta….
¡Y tanto que me afecta!
Cada persona que entra en mi consulta tiene algo que mostrarme y enseñarme, su dolor no es distinto al mío, yo también he pasado por ahí, y desde ahí acompaño, acojo, con una mirada compasiva y esperanzadora, porque tengo plena confianza en la terapia como un instrumento de sanación y transformación.
Carina L. Cervino Coria-Terapeuta Gestalt
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